RÁGOL MI PUEBLO

RÁGOL MI PUEBLO

sábado, 20 de noviembre de 2010

A Rágol y su Patrón San Agapito


Cabe el río Andaráx y a la encantada
luz de la media luna limonera,
la taha de Marchena reverbera
nostalgias nazarítas de Granada.
 Río arriba verdean la mirada
el naranjo, el parral y la morera,
y a dos leguas de posta nos espera
la blancura de Rágol jalbegada.
Y Rágol amanece de repente
nimbado de un azul incandescente
que parece alcanzar el infinito.
 Lo mismo que las notas de la diana
que el pueblo le dedica de mañana
a su santo patrón San Agapito.

(Jesús María Fernández Novoa)

Rágol, luz y poesia

Te dan fama tus peras,
tus membrillos, tus granadas
y las mil clases de uvas,
de tus ubérrimas parras.
¡Quien chiquillo, otra vez fuera,
corriendo por tus veredas
de tus verdes alamedas
igual que en mi edad primera !
O quien ya, mayor, vagando,
por tus callejas desiertas
como inspirados poetas
tus mil belleza cantando.....
 ¡ Ay, Rágol de aquellos días
de mi infancia ya lejana
agridulce cual manzana
de tus tierras labrantías,
en las laderas umbrías
de nuestro río, el Andaraz...!
 ¡ Ay Rágol de mi quimera
niñas guapas, niños buenos,
hombres honrados, serenos,
por el trabajo curtidos;:
mozos nobles y fornidos
y bellísimas mujeres....!
¿ Ay, quién te volviera admirar
tus dulces atardeceres
y quien pudiera escuchar
aquellas lindas canciones
de pasiones y quereres...!
 ¡ ay, Rágol ! la musa mía
pobre, no sabe cantar
que si supiera, lo haría
y en versos te ofrecería
su más bonito cantar,
lo que hoy, no puede expresar
en esta pobre poesía.
porque,  Rágol, soy sincero,
tanto te admiro y te quiero
y te tengo tal cariño
desde que siendo yo, niño,
te visité entusiasmado
quedándome enamorado
de tus bellezas y encantos
y tu noble hidalguía.
 ¡ Ay, Rágol ! luz y poesía
de mis aventuras de ayer...
 Rágol de mis pocos años,
antorcha de mis desengaños,
¡ ay quien te volviera a ver !
como aquel lejano ayer
cuando todo era alegría
y la gente se quería
porque eran más humanos
porque envía no existía
y se amaban como hermanos.
(Florentino Castañeda)

Desde mi Alpujarra




Con una justa humildad y casi la misma pasión, no hacía más que darle vueltas. ¡Qué alivio! ¡ya era hora! ¡por fin! ¡menos mal! ¡a Dios gracias!, la Alpujarra – que solo hay una- en su parte  almeriense, ya es crecidamente más referente optimista de muchas miradas que emocionan y descubren sensaciones  de una naturaleza plena y de enamoradas tradiciones,  abriendo de par en par las puertas de algo cercano y de soledades con magia.

No es necesario volar sobre diccionarios buscando palabras rimbombantes, en Almería, la Alpujarra y los alpujarreños ya están revestidos de humanidad, de humildad y una enorme sencillez.

Esa Alpujarra que enamoró  a Villaespesa y Castañeda, y a un “puñao” más  de ilustres de la pluma, que tantos halagos le tienen rendidos. Aquí estallan sonoramente la fuerza de los sonetos, y aquí crece mi gozo y mi seducción, sosiego cumplido de mi corazón.


La Alpujarra, una palabra que amanece, una voz, un sentimiento, una imagen que deja huella, una mano tendida, tropiezos de perfume y fragancia, una mirada, una sonrisa, valor histórico y belleza artística, filigrana de ecosistema, universo espacioso, ventanal porque donde se refresca la naturaleza, una nostalgia que envuelve, música, una amistad en cada esquina, sereno verdor, el color de las ansias, el enigma de los jazmineros con ramas de encaje que son pellizcos de un aire con perfume dulcísimo,  escaparate de belleza inagotable, turismo rural y sostenible, historias, oportunidades, sueños, lugar placentero y profundamente claro, ansiado edén, lugar donde juegan al escondite mis recuerdos, ternura derramada sin recelo, senderos alzados y bañados de naturaleza virgen, comarca que me rodea, olor a tierra vieja de la vida, morada instalada en ese señorío de privilegiado entorno, de paseantes nostálgicos que cantan sus misterios en los regazos de  Sierra de Gádor y Nevada y de sus infinitas lomas  que despeñan  laberintos encorvados de valles pintorescos, riachuelos alegres y cantarines, y pueblos blancos en laderas y en las alturas serranas.

Alpujarra nuestra, una comarca tan sencilla como profunda, horizontes de agasajo y halo de tranquilidad infinita,  vibrantes motivos espirituales y sabor autentico de devoción y esencia religiosa a  raudales, lujo  gastronómico, frescas fuentes, fachadas encaladas, balcones poblados de artísticas flores, románticas puestas de sol y luceros, nota de canción que enamora el alma, donde retumba y se ahoga el silencio y donde las canciones del aire cautivan a los pájaros, deleite entre sueños, una oportunidad para aquellos que nunca la tuvieron, una visita que contagia y descubrirla es inevitable porque es una bocanada de aire puro que renueva las ganas de vivir. La alpujarra almeriense  conserva fuerza romántica  suficiente para enamorar.

Enhorabuena a esos hermosos pueblos almerienses que su paisaje delata a su espacio y arquitectura, y la historia los reconoce como tales  que han unido sus poderíos para un compendio tan bien articulado y de tanto glamour, donde nace un abrazo ancho: La Alpujarra.

Si bien aquí todos ellos pueden salir en la foto, porque adivino su galanteo, hoy hablé contigo Almócita, Canjáyar, Fondón. Alcolea y Rágol, que este verano pasado estuvisteis situados en vuestro pedestal feliz, bañados en cantos de alabanza  por sonados eventos de perfecta organización y éxitos sin precedentes, que divierten, suspiran, estremecen y avivan el futuro.

Aunque perpetuamente  estuvo ahí – con las certezas de siempre-, la Alpujarra, en Almería, despliega alas al viento y ya no habita en el olvido y hace perpetuar su nombre  más allá de los muros de la provincia, y yo mucho que me alegro, porque es una nostalgia  de olores pegados a la memoria y colores acariciando recuerdos. ¡Feliz tú, que los disfrutas!

Tiempo habrá de un articulo más detallado y contextualizado, donde la Alpujarra almeriense se verá enriquecida de forma destacable. Ahora algo de mi se aferra y me empuja a su cima. Un pequeño suspiro para calmar mi amor alpujarreño  y un minuto de silencio para sentir su corazón.

La Alpujarra en Almería, joya de la naturaleza, apuesta decidida, entra en ella y sigue sus huellas. Una sugerencia personal desde el umbral del gozo.


Miguel Iborra Viciana



O 

 

Reflexión, para hoy y para siempre

Una comida diferente

Era un comedor social y se vio rodeado de eso que nunca se nombra en los informes que prepara: pobres

Francisco Robles .- ABC  08/11/2010 -

Pagó la última ronda de unas cervezas que le habían sentado divinamente después de una intensa semana de trabajo, se lo habían pasado bomba despotricando del viaje del Papa, de la hipocresía de la Iglesia, de todo lo que les pedía el anticlericalismo que los unía como la amistad que se profesaban y que les servía para estar colocados en la misma empresa pública de la Junta. Se fue a casa para comer algo antes de echarse una buena siesta, pero de camino se encontró con un olor que lo llevó directamente hasta el paraíso efímero de su infancia. Un olor a cocido, a caldo humeante, el aroma que lo recibía cuando llegaba a su casa después del colegio, con su madre atareada en la humilde cocina donde la olla hervía sin cesar.
Entró en un local que le pareció un restaurante modesto pero con encanto, iba distraído, pensando en el Informe Técnico sobre Prevención de Riesgos Psicosociales de las Personas Expuestas a Situaciones de Disrupción Económica Familiar que le habían encargado en la empresa pública donde trabaja. En realidad no era un restaurante, sino un autoservicio frecuentado por gente de toda condición. Había personas ataviadas a la antigua usanza junto a individuos solitarios que vestían según las normas alternativas del arte povera. De pronto abrió los ojos y se quedó pasmado al comprobar que quien le servía la comida en la bandeja era una monja. Aquello era un comedor social y se vio rodeado de eso que nunca se nombra en los informes ni en los dosieres que prepara: pobres.
Quiso retirarse pero la monja no lo dejó. Le sonrió y le dijo que no se preocupara, que la primera vez es la más complicada, que no debía avergonzarse de nada, que el cocido estaba buenísimo y que de segundo había filete empanado, que no se perdiera las vitaminas de la ensalada ni de la fruta, y que podía rematar la comida con un helado de los que había regalado una fábrica cuyo nombre obvió. Se vio sentado a una mesa donde un matrimonio mayor y bien vestido comía en silencio sin levantar los ojos de la bandeja. Enfrente, un tipo con barba descuidada sonreía mientras devoraba el filete empanado y le contaba su vida, había perdido el trabajo, el banco se había quedado con su casa, después del divorcio no sabía adónde ir, menos mal que las monjas le daban comida y ropa, y que dormía en el albergue bajo techo, «al final he tenido suerte en la vida, compañero, así que no te agobies, que de todo se sale…»
No podía creer lo que estaba sucediendo. Nadie le había pedido nada por darle de comer, ni le habían preguntado por sus creencias. Se limitaban a darle de comer al hambriento, sin adjetivos. Al salir no le dio las gracias a la monja que le había dado de comer. Pero no fue por mala educación, sino porque no podía articular palabra. Una inclinación de cabeza. Ella le contestó con una sonrisa leve. «Vuelve cuando lo necesites y si no estoy, di que vienes de parte mía. Me llamo Esperanza».